Ha ocurrido. Se acabó. Te han comunicado, con más o menos tacto, que “lo nuestro se ha acabado”.
Se te abre en el pecho, en la garganta, en el estómago, en el vientre, toda una gama de sensaciones, y ninguna es agradable.
Lo puedes sentir como un impacto, “como si hubiese chocado contra algo”. O quizás te sientas “apalizad@”… una intensa vivencia corporal del dolor emocional.
También podrías “no sentir nada”… una reacción del organismo para evitar el dolor que, tarde o temprano, encontrará la manera de manifestarse: enfermedades, dolores, insomnio, dificultades relacionales…
Acéptalo: una ruptura no deseada duele mucho, y nada te va a ahorrar el dolor.
Tus amig@s bien intencionad@s te dirán:
– No llores, no te merecía, no vale la pena, él/ella se lo pierde…
– Ya verás que conocerás a otr@ mejor!
– Tod@s iguales, no te puedes fiar de nadie!
– El tiempo lo cura todo!
-… y otras ideas bienintencionadas, que pueden ayudar un poco, un rato.
Ríndete… va a doler…
Respira tu dolor, respira en tu dolor.
Respeta tu dolor.
Igual que un brazo roto duele, y necesita un tiempo de inmovilización y descanso, que le darías con paciencia y comprensión, un corazón roto duele y necesita la misma consideración y paciencia, y los mismos cuidados.
Ámate en tu dolor.
Acompáñate en tu dolor.
Y cuando haya remitido un poco, empieza la rehabilitación: reflexiona sobre cómo fue la relación, qué te aportó, en qué te enriqueció. ¿Cómo cuidaste tú de la relación, qué rol adoptaste en ella, a qué renunciaste de ti y de tu vida? ¿Cuál fue tu parte de responsabilidad en lo ocurrido? ¿Qué aprendes de la experiencia?
Autor: Isabel Jiménez, terapeuta Gestalt / Bioenergética / Coach
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