La buena madre es aquella que se va volviendo innecesaria

4 de diciembre de 2018

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Ha llegado la hora de reprimir el impulso natural materno de querer colocar el pichón debajo del ala, protegido de todos los errores, tristezas y peligros. Es una ardua batalla, lo confieso. Cuando empiezo a debilitarme en la lucha para controlar a la “supermamá” que todas tenemos dentro, me acuerdo de la frase del título.

Si realicé mi labor de madre correctamente, tengo que volverme innecesaria. Y antes que alguna madre me acuse de desamor, explico qué es lo que significa eso. Ser “innecesaria” es no dejar que el amor incondicional de madre, que siempre existirá, provoque vicio y dependencia en los hijos, como si fuera una droga, a tal punto, de que ellos no sean capaces de poder ser autónomos, confiados e independientes.

Deben estar prontos para trazar su rumbo, hacer sus elecciones, superar sus frustraciones y cometer sus propios errores también. Con cada fase de la vida, una nueva pérdida es un nuevo logro; para las dos partes: madre e hijo. El amor es un proceso de liberación permanente, y ese vínculo no deja de transformarse a lo largo de la vida.

Hasta el día en que los hijos se vuelven adultos, constituyen su propia familia y recomienzan el ciclo. Lo que ellos necesitan es tener la seguridad de que estaremos con ellos, firmes, en el acuerdo o en la divergencia, en el triunfo o en el fracaso, prontas para el mimo, el abrazo apretado, y el consuelo en los momentos difíciles.

Los padres y las madres, solidariamente, crían a sus hijos para que sean libres. Es ese el mayor desafío y la principal misión. Cuando aprendemos a ser “innecesarios”, nos transformamos en un puerto seguro donde ellos puedan atracar.

A quien ames, dale: alas para volar, raíces para volver y motivos para quedarse.

Extraído de www.creeenvos.com

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